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LA POSTRERA HORA DEL AVEMARÍA

L'Angélus, de Jean-Françoise Millet (entre 1857 y 1859). Musée d’Orsay



El campanario de la aldea de Barbizón clausuraba una tarde fresca y apacible de aquel septiembre de 1856. Llegaba el eco manso de seis tañidos lejanos que anunciaban, como un rumor cotidiano, la despedida de la luz sobre la campiña del bosque de Fontainebleau. Siguiendo un automatismo ancestral, el joven matrimonio retiró los aperos, se sacudió el sudor y la tierra de los cabellos, recompuso cansadamente sus andrajos y se dispuso a finalizar una jornada más en el recogimiento del rezo.


Fue en aquel preciso instante cuando notaron en sus rostros el aire espeso, saturado de un ruido sordo y metálico y la aparición de una cortina de resplandor níveo y sofocante que barrió el barbecho de este a oeste, desparramándose por el sembrado, ascendiendo hasta el cénit para transformarse, segundos después, en una columna triangular de luz densa y vibrante que envolvió e inmovilizó a las dos figuras. Claire y Jean-Louis, atenazados por el horror más absoluto, incapaces de alzar sus cabezas, fueron asaltados por una idea dolorosa y nueva, casi una revelación mística que penetró cada molécula de sus mentes señalándoles que estaban asistiendo a la manifestación incontrovertible y ominosa de la divinidad. El muchacho intentó, sin éxito, movilizar su cuello buscando los ojos de su esposa, sin apercibirse de que el cuerpo desmadejado de ésta convulsionaba sin control.


En la cabeza de la chica, una voz aflautada, casi infantil, resonaba entonando en un dialecto antiguo pero familiar:


- El ángel anuncia a Claire, la escogida, la que acepta, la que concibe por obra y gracia del espíritu sembrador, en la que la alianza se hace carne para engendrar el último fruto, que brotará una vez más de la tierra. Yo te saludo y te marco, elegida.


Tras el eco, una lacerante sacudida en el abdomen de la joven, envolvente y casi placentera rigidizó su tronco, sobreviniéndole una mezcla de desconcierto y aprensión, una desgarradora sensación de rotura en las entrañas y algo viscoso y denso que resbalaba por entre sus muslos, descendiendo despacio hasta formar un charco informe y húmedo a sus pies.


La pareja no tendría jamás la oportunidad de intercambiar una última mirada de ternura y miedo. Durante lo que les parecieron horas, una vibración atronadora sacudió los cuerpos ya inánimes hasta que, finalmente, éstos fueron fragmentados, atomizados y absorbidos dentro del haz de energía, elevados y recogidos por la nave, incorporándose definitivamente a la Gloria de Yahvé.


Segundos después la gran nube se alejaba, dejando en silencio y sombras el sembrado. Mientras se dispersaba el olor a ozono y a humo de soldadura, una pareja de cornejas cruzó la parcela describiendo un vuelo rasante, sin descubrir junto a la cesta de patatas donde minutos antes se alzaban Claire Mondirè y su marido, una masa burbujeante, gelatinosa y rosada que arraigaba, que comenzaba a crecer, que mutaba, que emitía un tímido latido:


bum-bum, bum-bum, bum-bum.



 

LO OBJETIVO Y LO SUBJETIVO. LOS ATAVISMOS DEL CREPÚSCULO EN LA MENTE DE UN CATALÁN NEURÓTICO


Este pequeño cuadro, escueto y sombrío, titulado El Ángelus, obra del pintor realista francés Jean- François Millet, completa algunas de las escenas campestres que el autor retrató durante la década de los 50 del siglo XIX, sumándolo a otros lienzos notables como Las espigadoras, El sembrador, La comida de los segadores, La muerte y el leñador, etc.

 

Es éste, sin duda, uno de los trabajos pictóricos que han llamado persistentemente mi atención y más han estimulado esa imaginación tenebrosa que uno asegura no tener, no tanto por lo que el cuadrito sugiere sino por lo mucho que parece esconder. En mi recuerdo no deja de fijarse como esa imagen silenciosa que colgaba, desapercibida, junto a otra laminita de estilo neoclásico en una de las paredes del dormitorio de mis abuelos maternos. Esta pequeña composición rompía la monótona blancura de un espacio reservado al reposo y al recogimiento, perfumado de silencio, alcanfor y paz. El recuerdo fugaz de mis pasos de niño cruzando esa habitación me devuelve siempre la misma señal, desconcertante y desoladora, que impresionó la retina de mi infancia: un páramo solitario, dos figuras cabizbajas, hombre y mujer, un matrimonio humilde, inmóvil, afectado por un estatismo casi místico, bañando sus espaladas con los últimos rayos de la tarde, absortos en un rito crepuscular, sosteniendo el momento justo en ese preciso instante en que el tiempo mortal y asfixiante del campesino se detiene y da paso al tiempo de lo divino.


 

El destino conduce a que, años después, uno tropiece de nuevo con la obra de Millet para redescubrirle y comprender la grandeza y hondura de su legado, así como el profundo impacto que generó en figuras impresionistas y postimpresionistas como Gauguin, Pisarro, Monet o el mismísimo Van Gogh, quien durante sus primeros pasos de iniciación pictórica se afanó en remedarlo hasta la extenuación.


Siempre he pensado que El Angelus es una obra que suscita pero no muestra, que conmueve profundamente sin necesidad de explicar lo más mínimo, ya que su simplicidad encierra un misterio truculento e irresoluble, tal y como un niño parado frente a la pared de un dormitorio descubre a primer golpe de vista y que un genio como Salvador Dalí, décadas antes, ya había intentado desentrañar. El universal pintor de Figueras, cuya obsesión por El Angelus como un objeto y motivo de estudio “enigmático, rico, turbador y denso” le condujo, no solo a completar un extenuante trabajo de reinterpretación pictórica o a la elaboración de un concienzudo ensayo -extraviado tras su precipitada salida de la Francia ocupada y rescatado en los años 60-, sino a emplearlo como catalizador del subconsciente paranoico crítico, método de conocimiento irracional y delirante que se vanagloriaba en estimular, de tal forma que en su alucinación creativa creyó ver como destino en el punto de fuga de las miradas del matrimonio de campesinos no un destartalado cesto de patatas recién recolectadas, sino algo más profundo y turbio: el mito del fallecimiento del hijo recién nacido, resultando esta escena una desoladora ceremonia de entierro infantil escondida tras un cotidiano rezo vespertino. Dalí ahondó en toda su simbología para descubrir la muerte, pero también el eros y la castración, incluso revivió el fallecimiento prematuro de su hermano mayor, de quien heredó el nombre. Su intuición dio en el blanco y tras entrevistarse con familiares y descendientes de Millet e insistir al museo del Louvre, consiguió que la obra fuera sometida a un pormenorizado estudio con rayos X, revelando que, bajo las capas de pintura, en su versión original, el pintor había esbozado lo que parecía ser un pequeño ataúd de madera, que fue finalmente cambiado por un cesto a pies de la mujer, elemento mucho menos conflictivo, perturbador y melodramático y más del agrado del público burgués de la época, potencial comprador de la pintura. Sorprendente historia de lucidez de un auténtico genio.


La plegaria por la fertilidad del campo, el recuerdo a la maternidad divina y la acción de gracias esconde paradójicamente y velado, la infertilidad de un matrimonio, un réquiem antinatural, un trágico ritual.





Coincidiendo con esa misma etapa de estudio e indagación por parte de Dalí, la obra fue acuchillada por un visitante desequilibrado durante su estancia en el museo del Louvre, en agosto de 1932. ¿Casualidad?


(…) El arte confronta la Verdad con la Realidad, pero debe conducir a la verdad y no a la realidad. Una de las condiciones para que una obra sea bella es su capacidad de revelación y de ocultación. El Ángelus es un velo donde conviven la ilusión y la revelación y donde se reúnen tres categorías estéticas: lo bello, lo sublime y lo siniestro (…) (Gabaldón, S.Temas de psicoanálisis. 2012)


Meditando acerca del enigma doméstico pendiente y no siendo aún capaz de poner en práctica con éxito el método paranoico crítico, sigo sin ver claro por qué fue escogido este cuadrito y no otro para decorar el dormitorio de mis abuelos. Me gustaría pensar que debido a la impronta solemne de aquellas dos figuras de miradas escondidas que envuelven con un manto de discreción el suelo fértil que les rodea, lo cual pudiera representar un acompañamiento dulce y un testigo idóneo para sellar la sacralidad e intimidad de un dormitorio.


Más de siglo y medio después de su concepción, El Ángelus sigue sin desentrañar su enigma, se aferra al misterio de lo sublime y continúa encerrando la fatalidad en sus sombras crepusculares, pero también transmite dignidad y respeto. El cuadro contiene el aliento rancio de la encarnación, la soledad, y la pérdida bajo la tristeza de dos figuras que se conmueven ante la muerte de un día, o lo que es lo mismo, la muerte de un niño recién nacido. Quizás no haya nada de eso tras del lienzo y solo represente el arquetipo de los guardianes eternos, dos esfinges enfrentadas, protectoras, testimoniales y gestantes de una vida diferente y desconocida, arraigada al terruño, eterna, que empieza a latir... desapercibida.


129 visualizaciones3 comentarios

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3 commentaires


Geles Cano
Geles Cano
27 mai 2024

Desconcertante relato que has inventado para este cuadro enigmático y con una apasionante historia detrás. Enhorabuena.

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Joder no sabía lo que ocultaba este cuadro, me impresiona ver como esa locura del maestro Dali llegara a esa conclusión, lo hace quizás todavia más enigmático si cabe. IM presionante. Gracias por compartirlo.

Modifié
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V. van Botel
27 mai 2024
En réponse à

Los caminos del Señor son inescrutables, incluso emplea los métodos delirantes de un pintor para desentrañar la verdad y el propósito de otro pintor que elaboró un cuadro más de 70 años antes. Sin haber leído el ensayo que Dalí redactó (está publicado), intuyo que pudo emplear la abstracción para llegar a esa imagen reveladora, dejando el subconsciente suelto. Pese a abandonar la militancia en el movimiento surrealista, siempre empleó las técnicas creativas que Breton y compañía desarrollaron durante los años 20 y 30. La verdad es que es una historia muy curiosa, y algo funesta, no creas. V

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