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TRAS LAS HUELLAS DE VINCENT

Traigo hoy a las páginas del cuaderno un recorte usado pero nada descolorido, que formó parte de la presentación grupal que hicimos en abril de 2019 desde nuestra asociación Punto de Encuentro Cultural Novelda (PEC) y que celebramos en el Casino de nuestro pueblo, con gran éxito.



Conseguimos, en aquel momento, reunir a un grupo muy heterogéneo de participantes con diversas inquietudes culturales y personales, algunos de los cuales tenían ya trabajos poéticos y literarios publicados, como Joaquín Juan Penalva, Josep  Casanova Rosa o Lorena Tranche Ojeda, que supieron entremezclarse perfectamente con gente tan inexperta como prometedora y en su mayoría muy, muy joven. El acto consistió en la lectura en público de poemas propios, inspirados en una o varias obras pictóricas que se iban proyectando durante la propia declamación, habiendo reseñado cada uno de nosotros, previamente, al autor escogido y el motivo de nuestra elección. Fuimos trece los participantes que, en el riguroso orden cronológico que determinaba la propia obra seleccionada, fuimos recitando y llenando la sala de imágenes y palabras. Un bonito recuerdo.


En mi caso, me reservé dos intervenciones, en la primera de las cuales abordé el misterio de la figura de Muriel Foster como elemento obsesivo y modelo de múltiples encarnaciones pictóricas en la obra del prerrafaelita John William Waterhouse. Un desquiciante viaje de personalidades, susceptible de visitar este blog en un futuro próximo. La segunda se la ofrecí a mi holandés predilecto, Vincent van Gogh, esencial para el desarrollo del arte moderno de finales del XIX, junto con Cézanne. Visionario de nuevos rumbos, alumno aventajado de la postrera escuela impresionista, precursor de programas en la vanguardia como el naturalismo, el expresionismo o el fauvismo. Ser insanamente inquieto y atormentado, afanado en extraer la pura verdad pictórica de las cosas, dispuesto a la conexión con el ritual metafísico de la creación, esa comunión que nunca creía llegada, que aquella película de Minnelli mostraba como un personaje sincero, dotado de una fuerza interior prodigiosa, de una determinación colosal, de una necesitad angustiosa de Dios, espíritu apasionado y sobrecogido por la potencialidad de la naturaleza pero frágil y bandeado por las rachas de la vida, incomprendido, huérfano de lugar en el mundo. Un vigoroso recorrido fílmico a través de una personalidad insatisfecha y desesperada.


Pues bien, este pequeño escrito pretendía rendir homenaje al creador malogrado, evocando sus últimos dos años de vida, una vez abandona París y se traslada a Arlés (feb.1888-may.1889) donde recibe la visita de Paul Gauguin, posteriormente ingresado en el sanatorio mental de Saint-Rèmy-de-Provence (may. 1889-may. 1890) hasta encontrar su trágico y oscuro final en Auvers-Sur-Oise (may.-jul. 1890); quizás el periodo más personal, frenético y fértil desde el punto de vista creativo y productivo. Hace seis años empleé, a modo de fotogramas, algunas de las obras más representativas de esta etapa sobre las que apoyar mis palabras. Lo que en aquel momento fue un ejercicio recitativo en vivo se transforma ahora en una presentación pausada y armoniosa, haciendo coincidir el texto y la fonética de cada verso con la imagen acompañante. Espero que os guste.


Van Gogh, una puerta alentadora que se cerró bruscamente y a la que conviene llamar de vez en cuando.





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Precioso V van Botel.

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