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AUSENCIAS EN LA TRINCHERA

Como ya he intentado explicar en alguna ocasión, dos son, principalmente, los mecanismos psicológicos que han sido y son empleados transversalmente para lograr el dominio mental y el control poblacional a pequeña y gran escala: la culpa y el miedo. De la primera ya nos hemos ocupado, más que sobradamente, en artículos precedentes. Particularmente se me antoja muy interesante, paradójico y perturbador su análisis debido al hecho de que se recurre exactamente a la misma mecánica conceptual, propia de ciertas religiones y creencias que, precisamente este pensamiento racional, postmoderno, disolvente y globalista se empeña en abolir pero cuyos trucos, sin embargo, emplea con fruición y total éxito. Baste recordar el lema que nos graban a fuego en nuestros tiernos y descompuestos cerebros desde que nacemos y que parecemos haber asumido obedientemente, ese que dice que: “Somos culpables de todo lo que ocurre a nuestro alrededor”. Porque ya demostramos sobradamente que, siendo como somos, una pandilla de lerdos e irresponsables, debemos, al menos, rendir cuentas al Superior, enmendarnos y cargar con la culpa de todas nuestras negligencias y descuidos, causa de todo tipo de catástrofes y crisis mundiales; y además hacerlo no de cualquier manera, no, sino como ellos y solo ellos determinen. Así que, amigo, somos la generación culpable. Sí, tú y yo. Olvídate de esas viejas denominaciones temporales como Baby Boomer, generación X, millenials, generación Z y el resto de estupideces. Todas han sido asimiladas, trituradas y concretadas en una sola: la generación culpable. Una generación absolutamente deshecha e informe, inerme y desarbolada, víctima de sus propias creencias y dejaciones. Una generación derrotada, esclava de sus mismas incongruencias.


Así que, una vez reconocida nuestra culpa y deuda, contraída solo por el hecho de haber nacido en un país deshecho tal y como éste, pasamos al siguiente nivel de anulación y sometimiento: el miedo. Previamente, y para que éste sea activado en toda la población, a alguien se le ocurrió la brillante idea de firmar un contrato social irrevocable con un estamento gobernante al que se le ha conferido una incuestionable superioridad intelectual, ética, y jurídica y bajo cuyo trono de infalibilidad la plebe se debe postrar. Un estamento inaccesible y privilegiado al que se le ha dado, en tanto que ente superior y omnisciente, carta blanca para hacer y deshacer a su antojo, para arrasar y destruir como le plazca, para jugar con las cosas de comer sin asumir ninguna responsabilidad. Una dinastía misteriosa e insondable de semidioses, pertenecientes a una élite política y económica venida de nadie sabe dónde, que hoy en día copa exitosamente los  escalafones directivos y gestores de la mayor parte de corporaciones, lobbies y países, programados al unísono como un enjambre de empresas dedicadas a comprar, vender, trocear y devorar naciones, culturas, sociedades, mundos y almas.


Pues bien. Ante el grito de ¡Firmes! que dictan sus normas, directivas y agendas, los reclutas del Nuevo Orden nos cuadramos imperturbables y miramos de soslayo, con el cuello rígido, al de al lado para comprobar que éste se cuadra igualmente. No queremos clavos que sobresalgan de la muchedumbre y que den motivo de represalias ¡Líbrenos Dios! Y es así  que tragamos hiel y nos levantamos por la mañana, bien jodidos, para aceptar todas y cada una de esas medidas voraces que nadie ha votado ni consensuado, aunque su implementación suponga el fin de nuestra economía e independencia. Y es así que nos retraemos y permanecemos inmóviles, mirando hacia otro lado, ante los desmanes y atropellos que, en nombre del progreso, la democracia, el estado de derecho, la tolerancia, el desarrollo, la igualdad o la paz presenciamos en nuestro entorno, sin dar crédito y a la vista de todos. Y es así que dejamos de señalar y defender lo obvio, la lógica objetiva de que la hierba es verde y que el emperador va desnudo, ¡sí,coño, va desnudo!, y que las atrocidades y despropósitos no se pueden consentir de ningún modo. Y es así que comulgamos con ruedas de molino y entonamos los cánticos litúrgicos de esta nueva religión más alto y fuerte que nadie bajo la amenaza de ser señalados como disidentes peligrosos, asociales, insolidarios, negacionistas o conspiranoicos. Y es así que nos acostamos por la noche, bien frustrados y aún más jodidos, sufriendo en silencio, como  las hemorroides, el miedo a no aparentar lo bastante aquello que no somos, a no ser lo suficientemente ciudadanos ejemplares, modelos de toda obediencia y sumisión. Y es así que hasta dormidos, envueltos en sudor, soñamos angustiados que no contamos con la  aceptación del resto de la piara. Porque, amigos, se tardan décadas en forjar una imagen social perfecta, pero tan solo unos minutos en desmoronarla y perderla para siempre.


Aunque...pensándolo bien, yo ese contrato social, por mucho que algún iluminado y empolvado francesito dieciochesco afirme, no recuerdo haberlo rubricado de ningún modo, así que no tengo por qué asumir ninguno de estos disparates, ni el secuestro del poder civil, ni la apropiación indebida del vocabulario, del idioma, de la moral, de las ideas, de los recursos naturales, de la cultura, del sentido común que nos pertenecen a todos y que estos usurpadores están perpetrando. No tengo por qué ser cómplice, por silencio u omisión, de los crímenes que estos sicarios del Mal, disfrazados de gobernantes, están cometiendo indisimuladamente, con absoluta desfachatez e impunidad. No, no se trata de una pataleta hormonal tardía, de un arrebato de chulería incontrolada, ni de rebeldía posturil barata, sino de afirmar, con profunda coherencia y determinación, un posicionamiento vital consciente, valiente pero antiséptico ante el escenario plagado de desperdicios que nos ha tocado transitar.


Que, por otro  lado, digo yo… que en todo este descontento y barullo social, en este torbellino de confusión existencial que padecemos, ¿dónde están los jóvenes? o mejor dicho, ¿dónde está depositada esa energía rebelde e inconformista que se le supone a los jóvenes y que tanta falta nos hace para darle la vuelta a esta tortilla quemada?, ¿están ellos realmente ahí?, ¿se les espera? Tengo mis serias dudas, no detecto esa presencia. Creo que antes de contar con esta columna en las filas del nuevo ejército sería necesario financiar una expedición para rescatarlos de las profundidades de la jungla de las redes sociales y el mundo virtual en que están perdidos, con el fin de traerlos, nuevamente, a la vida real. Habrá que someterlos a una desintoxicación de likes, reanimar sus pulsos naturales, estabilizar sus constantes vitales y confrontarlos con esta experiencia material con la que todos chocamos. Además, para activarse plenamente, la juventud no solo debe salir de un prolongado letargo inducido por la narcosis digital en que la sociedad les ha relegado, sino trascender y superar, a continuación, toda una serie de escollos y barreras psicológicas de difícil asimilación, tales como el lavado de cerebro sufrido en escuelas, institutos y universidades, la pusilánime actitud buenista de sus patéticos progenitores, las estrecheces económicas y laborales con que los amenazan y constriñen o la tentación hedonista que el dealer Estado les procura cada día para mantenerlos anulados e inánimes. Es duro, ciertamente, salir de ese agujero evasivo tan profundo, limpiar la sangre, borrar toda esa basura del disco duro y rehabilitarse para llegar a ser ciudadanos autónomos y responsables, soberanos de sí mismos.


Bueno, en cierto modo también entiendo su retiro voluntario de la vida adulta, porque ¿qué referencias sólidas les estamos ofreciendo?, ¿quiénes de nuestra generación pueden servirles de modelo?, ¿qué  figuras públicas de la política, cultura, economía, periodismo o famoseo representan virtudes y capacidades válidas que alienten e inspiren a nuestros jóvenes?, ¿qué vehiculamos toda esta masa de cuarentones, cincuentones y sesentones que les rodean? Muy, muy poco. Les estamos ofreciendo, como cuadro social referencial, un panorama circense, chirriante y distorsionado lleno de enanos, mujeres barbudas, esperpentos, frikis, payasos y tarados del que ellos huyen despavoridos, entre asustados, desconcertados y divertidos. Pero, vamos a ver...¿qué joven, en su sano juicio, aspira a ser Jorge Javier Vázquez o Belén Esteban?  


Además, por si fuera poco, nos hemos encargado de corromper y ridiculizar, para poder desautorizar, a todas y cada una de las figuras de autoridad que fueron, en su momento, respetables, con el inevitable resultado de provocar la desconfianza, el desarraigo y el nihilismo juvenil, para volatilizar aún más la mente subjetiva de nuestros adolescentes. Yo, a mis quince años, era capaz aún de detectar, de entre la generación de mis padres, figuras de renombre, sólidas y válidas, que todavía hoy en día son recordadas y conservan su prestigio por sus obras, ideas y legado. Pero, y hoy en día, ¿con qué nos quedamos?, ¿qué permitimos pasar a la posteridad?


Definitivamente no pueden tomarnos en serio si les mostramos un universo adulto y paternal absolutamente infantilizado, caprichoso, neurótico, autocompasivo, idiotizado y débil. No pueden acercarse si les mostramos un estamento dirigente corrupto y psicótico, si les mostramos  un estamento educativo ideologizado y prostituido, sin nada con que instruir, si les mostramos un estamento trabajador y emprendedor agotado, frustrado y enfermo. Nunca se aproximarán si les mostramos un panorama futuro nada atractivo y motivador. ¿Cómo no van a negarse a hablar nuestro idioma y dialogar con nosotros si ni siquiera nosotros, los adultos, somos capaces de articular más que balbuceos, incoherencias y estupideces?


No somos referencia ni solución a sus problemas, sino un obstáculo más, un peso muerto con el que no pueden lidiar. Les estamos presentando una realidad tan aberrante y distópica que les ahuyenta y empuja a vivir en las catacumbas del placer, el ego, el anonimato y la falta de interés. Es lógico que rehúsen integrarse en un rebaño de millones de estúpidos adultos de identidad fluida que andan lloriqueando, totalmente desnortados, en un prado lleno de mierda. ¿Tú lo harías?


Como digo, los jóvenes escapan, abochornados, de nuestra propuesta disfuncional y se refugian en un mundo paralelo, virtual y personalizado, perfectamente diseñado para la evasión permanente y restringida a otros. De esta manera, cual yonquies babeantes tirados por los arrabales, quedan absorbidos por el sistema, desactivados y anulados intelectual y socialmente. Y así los quieren.


Así que, si queremos cambiar el presente para llegar a un futuro, hemos de implicarnos y forjarles ejemplos a seguir. Estamos aquí para ayudarles, para asesorarles y aconsejarles lo mejor que podamos, pero es esencial que aparezcan de entre las sombras del anonimato. Deben mostrarse, exponerse y definirse como lo que son, auténticos protagonistas. Ciertamente se les echa mucho de menos en la trinchera. Se escucha, con tristeza, el clamor de su ausencia. Estoy seguro de que ellos pueden disparar más lejos, más fuerte y más alto, llegar a donde nosotros aún no hemos llegado, pero es imprescindible que, en primer lugar, se hagan conscientes de su papel esencial en esta historia, que ahora es la nuestra y en breve será, en exclusividad, su campo de batalla.


V

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