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Y SU NOMBRE ERA…DETRITUS

La balsa de la Medusa (Le radeau de la Méduse), de Théodore Géricault (1819). Museo del Louvre, París
La balsa de la Medusa (Le radeau de la Méduse), de Théodore Géricault (1819). Museo del Louvre, París

A menudo me asalta un sueño horrible y desasosegante que deja un velo mental pegajoso que tarda en caer. En la pesadilla me encuentro embutido en medio de una bancada de madera, entre seis tipos mal encarados, en el centro de una enorme embarcación de remos, como una galera de las películas de romanos, pero abierta, sin cubierta. Una embarcación sucia y hedionda, atestada de una chusma humana vociferante y grosera; presos y forzados hacinados que se detestan e insultan unos a otros. No sabría calcular exactamente cuántos viajamos en la embarcación, yo diría que sobre unos 48 millones, esclavo arriba, esclavo abajo. Vamos a la deriva, dando bandazos entre aguas oscuras, arrastrados por una corriente turbulenta, sin control posible. Una voz en lo alto, que parece surgir de un invisible megáfono celestial, dicta las órdenes y anticipa las maniobras y medidas a tomar, mientras unos personajes siniestramente trajeados, de rostro inescrutable se van turnando (diferentes rostros para un mismo traje) con el fin de hacer obedecer estas indicaciones y marcar la boga correspondiente mediante un código de pitidos. ¡Pitt, pitt!¡Remad, remad con más decisión! A éstos les llaman políticos. Arengando a la tripulación y animando a cumplir las órdenes, a ambos flancos de la cámara de boga se disponen unos personajillos grotescos, bufones de palacio, que ejecutan cabriolas simiescas y animan a los remeros a mantener el esfuerzo de palada; son los llamados periodistas, intelectuales, artistas y presentadores de medios audiovisuales. Caras famosas, caras confiables. Arriba y abajo del pasillo, entre los bloques de remeros, deambula, indolente, un tipo al que llaman el rey, encargado de apaciguar exabruptos y ánimos exaltados, al que pagan por departir amablemente con los esforzados tripulantes, sosegando su ánimo, entre chascarrillos y bromas.


Escucho vivamente el murmullo atronador y cercano de una caída de agua, que se adivina monumental, un salto enorme, una verdadera catarata a la que nos dirigimos sin remisión. Mi pánico aumenta aún más cuando compruebo que la intensidad de la boga, lejos de disminuir, aumenta y la embarcación no vira, ¡No vira! Vamos directamente hacia nuestra destrucción. Mientras, sanitarios, empresarios, fuerzas y cuerpos de seguridad, educadores, funcionarios, autónomos, asalariados, jóvenes y mayores, pensionistas y trabajadores aún en fase de desangrado,…todos a una, remando en boga de combate, sudando la gota gorda, afanados en avanzar más y más rápido hacia su propia destrucción. Se oye a través del megáfono un murmullo de aplausos que surgen desde todos los balcones del Estado. El entusiasmo crece. Toda la población entregada a una causa común: ser buenos ciudadanos y llegar lo antes posible a la meta, al gran abismo. La opresión ambiental crece. Observo algunos sectores de la nave con asientos reservados, distinguidos con códigos de colores a modo de banderas regionales, ocupados por una parte de la chusma que intenta sabotear, entre palada y palada, el propio bote, perforándolo para hacer aguas. Al mismo tiempo, unos seres antropomorfos con el pelo morado, lejanamente femeninos, dan alaridos y aspavientos, rasgándose las vestiduras e increpando a todo el mundo; otros tantos, especialmente jóvenes, permanecen inmóviles y confundidos, llorando amargamente, pues dicen sentirse no humanos, sino delfines y se niegan a remar por miedo a golpear a sus semejantes y arrasar su ecosistema.


El estruendo del agua acelerándose en los rápidos y el sinsentido y la algarabía dentro del bote aumentan a la par. No entiendo nada, quiero saltar, abandonar esta jaula de locos suicidas, pero no puedo moverme. Los remeros de mi banco me señalan y reprenden por no remar activamente. No, no pienso remar. El encargado de banda en la cámara de boga, alertado, se acerca, amenazándome con el látigo.


Nos adelanta una barcaza por estribor, es similar a la nuestra pero sus tripulantes hablan en francés. Reman todavía más rápido, pero parecen amotinarse y disparan entre sí, echándose unos sobre otros como animales. Noto que no es la única que nos sigue, vienen muchas otras, con diferentes nombres e insignias pintadas en el casco, algunas en alemán, otras en inglés,... sin embargo todas lucen, como la nuestra, un curioso pabellón que muestra un logo multicolor en forma de rosco, ondeando orgulloso en el mástil de popa. Imagino que será la divisa del propietario de la flota, del equipo de Occidente.


Por cierto, el nombre de nuestra barca era Detritus. ¡Qué extraño nombre para una nave!


Se recrudece la intensidad de la carrera y también el rumor de la caída de agua, finalmente un torbellino nos envuelve y arrastra, perdemos definitivamente el control del navío, pero no parece importar lo más mínimo. La chusma sigue marcando una boga vertiginosa. Pero, ¿es que no se dan cuenta?, ¿es que no escuchan la….?


¡Vamos a caer! ¡No puedo abandonar la nave!


Y entonces siempre despierto, justo a tiempo, bañado en sudor, desconcertado y absolutamente agotado. Tardo unos segundos en recomponerme. Afortunadamente era un sueño, solo una pesadilla sin sentido ¡Uf, menos mal! Vuelvo a la realidad, estoy en mi país, en España ¡Gracias a Dios! ¡Qué alivio!¡Estoy a salvo!

2 comentarios


Invitado
17 sept

Cómo siempre dices las mayores verdades , en modo ironía fina e imaginación a raudales . Es un texto a estudiar en bachillerato en clase de literatura ,análisis de texto

Espero el siguiente

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Geles
15 sept

Lo más angustiante de tu pesadilla es que es real.

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Cuaderno de impertinencias

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