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NAVÍO A LA DERIVA



¿Qué pensarías, marinero, si como miembro de la tripulación del buque donde estás confiado al mantenimiento y alimentación de máquinas, sorprendieras, una noche, al contramaestre colocando a hurtadillas cartuchos de explosivos bajo las calderas? ¡Un acto de sabotaje! ¿Cabría en mente humana concebir tal situación, planificar el hundimiento de tu propio barco?


¿Cuál sería tu reacción si averiguaras que, tanto el capitán de navío como el resto de la oficialidad han vendido de antemano la batalla a la que os encamináis y pactado que, en último y desesperado caso, se determina estrellar la fragata contra los arrecifes de la costa más cercana, eludiendo el combate? ¿Y si comprendieras que los mismos propietarios del barco han sido financiados generosamente por otras potencias enemigas para deshacerse del armamento y mercancías que portáis y rendir el navío sin lucha? ¿Qué opinarías del hecho de que el propio Estado Mayor haya dado órdenes de eliminar los puestos de vigía en toda la flota y especialmente en sus navíos de línea, lo que abre paso expedito a incursiones corsarias enviadas por el enemigo, cuya misión es eliminar y sustituir a la tripulación progresivamente y apoderarse del control de las naves? ¿Y si, acto seguido, descubrieras que, en realidad, la embarcación donde te encuentras ha sido fabricada a base de cuadernas, piezas y ensamblajes defectuosos, adquiridos por el real astillero estatal a potencias enemigas, por lo que su navegabilidad, lejos de asegurar una travesía segura, estuviera diseñada para el naufragio? ¿Y si, atando cabos, cayeras en la cuenta de que existe un acuerdo militar para despiezar la tuya y otras naves en un conocido astillero de desguace extranjero y malvender sus componentes, revirtiendo dicho negocio en los propios tenientes de navío, de cuya deslealtad ya eres conocedor?


¿Qué opinarías del más que sospechoso silencio del resto de la tripulación, sabedora de la trama? ¿Y de la actitud del propio almirantazgo, que desde la capital dirige a sabiendas las operaciones suicidas en las que tu nave participa? ¿Podrías hablar abiertamente de alta traición, de connivencia de los altos estamentos en un plan de destrucción de la Armada?


Desconcertado ante esa avalancha de sobresaltos y sensaciones, desciendes presto a la bodega, visitas la despensa, revisas la cocina y te percatas de que las raciones no solo van a disminuir drásticamente, sino que compruebas que los alimentos están siendo contaminados y el agua de los barriles emponzoñada con extraños aditamentos y sustancias que el cocinero va añadiendo siguiendo órdenes superiores. Ante esta evidencia, la tripulación sumisa, calla, se resigna y acepta las nuevas disposiciones. De manera progresiva e inevitable, tu salud física y mental así como la del resto de compañeros se resiente. Acudes al cirujano de a bordo y éste, lejos de escuchar e intentar comprender qué está ocurriendo, te ningunea y auxiliado por su ayudante, logran inmovilizarte y te administran una potente droga que confunde tus sentidos, nubla tu entendimiento y acelera aún más tu debilidad y desfallecimiento.


Febril y desesperado, haciendo acopio de fuerzas, buscas el consuelo del capellán, encomendado al cuidado y dirección de las almas a bordo y a la administración de sacramentos. Éste parece escucharte, entrecierra los ojos e imponiendo la palma de su mano sobre tu cabeza te pide resignación, paciencia, perseverancia, acatamiento de las órdenes y confianza plena en el destino que el Altísimo nos tiene reservado.


Con suma precaución pruebas a comunicar al resto de la tripulación aquello que crees haber descubierto, buscando el apoyo de los aún leales, pero todos tus compañeros se mofan de ti, te tachan de chiflado, de poco confiable y de peligrosamente subversivo. El propio timonel, al que conoces desde hace años y te ata una estrecha amistad forjada en innumerables singladuras, te señala que has perdido la razón y amenaza con denunciarte si tu actitud persistiese por incurrir en delito de desinformación e instigación a la revuelta. Se te advierte de la posibilidad de ser juzgado por alta traición.


Nada entiendes de lo que está ocurriendo. ¿Es que se han vuelto todos locos?, ¿nadie ve la realidad de lo que sucede?


Te sientes aún más confundido, extremadamente aturdido e inseguro. Te refugias en el silencio de tu camarote e intentas hallar alguna explicación que dé respuesta coherente a todo lo que percibes a tu alrededor. Una avalancha de sombríos pensamientos y negros augurios nublan tu juicio. ¿Puede existir algún atisbo de victoria o de supervivencia, incluso? ¿Hacia qué tipo de catástrofe nos están dirigiendo? ¿No sería más rápido y efectivo desistir, saltar por la borda y entregarte directamente al apetito de los peces?


Tomas papel y pluma y como última posibilidad decides escribir a los altos estamentos jurisdiccionales del Tribunal de la Dirección General de la Real Armada y del Consejo de Guerra, para denunciar el complot. Sus secretarios, lejos de interesarse por el caso y aceptar como plausible aquello que denuncias, contestan a tu escrito tachándote de demente y traidor a la patria. Te topas con un infranqueable muro administrativo. Es una evidencia pública que tanto los jueces supremos como el resto de magistrados de la corte están estrechamente vinculados entre sí, de hecho fueron nombrados y aupados al cargo por las mismas familias potentadas cuyos miembros vienen detentando y acaparando la gobernanza de la Real Armada, así como del Parlamento, de las altas instituciones del clero y la rectoría de instituciones culturales, consejos, ministerios, despachos, secretarías, universidades y la propia magistratura civil.


¿A quién acudir? ¿En quién puedes confiar?


Piensas en la remota posibilidad de solicitar una audiencia con el secretario de estado para exponer el caso al regresar a tierra. Días más tarde, cuando arribas a puerto, en los mentideros de la capital ya es vox populi que, tanto el primer ministro como el resto de su gabinete, diplomáticos y allegados a su majestad han sido vistos reuniéndose con emisarios y diplomáticos de naciones enemigas, prodigándoles prebendas y privilegios y negociando con ellos encomiendas en terreno nacional. Descubres, por ciertos contactos en la corte, que el propio monarca veranea secretamente desde hace años en la costa de una de estas potencias rivales y se rumorea que está pensando en abandonar la Corte y exiliarse definitivamente a ese país.


Ciertos espías y periodistas especializados afirman que han sido firmados tratados para entregar gran parte de las industrias nacionales a empresas y contratistas extranjeros. Las últimas noticias indican que ya han sido demolidos buena parte de las fábricas, graneros, balsas y molinos del país, cerrado las principales vías de comunicación y transporte bajo la excusa del colapso por altercados ante la inminente guerra. En el mismo sentido se ha ordenado la paralización de las actividades portuarias, comerciales, pesqueras y se está proscribiendo las tareas agrícolas y ganaderas, limitando y racionando la distribución de víveres en las grandes ciudades. El ministro de gobernación habla de la pertinencia de instaurar un estado de sitio permanente que pacifique la situación (que ellos mismos han originado) y poder controlar los movimientos y la opinión de la población. Se ha creado y financiado, mediante resolución extraordinaria, un Cuerpo de Información Popular que investiga todo elemento subversivo, promueve la delación y pretende detectar y aplastar connatos de insurgencia y desobediencia entre la población civil para restablecer el orden social. Han sido citados y deportados ciertos personajes molestos, como algunos pensadores, filósofos, escritores y científicos, abiertamente críticos con el nuevo statu quo.


Sorprendentemente esta dramática situación parece no haber abierto mella entre la moral de la mayoría de los súbditos reales, que acatan sin objeción todas las medidas cautelares impuestas y confían ciegamente en superar la situación. Nadie parece poner en entredicho el papel decisorio y preeminente de los gobernantes.


Totalmente abatido y derrotado, te sientas en la escollera del puerto, contemplando una lánguida puesta  de Sol, quizás la última antes de la gran tormenta. Cargas con tabaco una vieja pipa mientras te preguntas, ¿cuánto tiempo podrá aguantar tu nación en pie?, ¿cuánto se tarda en rapiñar, en saquear desde dentro a un país, en esquilmar sus recursos, su patrimonio, su cultura, su riqueza, su potencial, su grandeza, su esperanza? Todo parece ser cuestión de poco tiempo, de días, tal vez meses… ¿cuándo se hará público el derrocamiento del actual gobierno títere y se instaurará el dominio explícito de las familias y potencias extranjeras, el nuevo orden?


Marinero triste y envejecido, apuras tus últimas bocanadas. Piensas que quizás te enrolaste en la escuadra equivocada, ¿quién sabe? ¿a quién le importa ya?


Tú, que lo has navegado; tú, que lo has conocido de primera mano; tú, que lo has sufrido…háblame del mar, háblame del Mal, marinerito español. Dime si es verdad lo que dicen de él.



 

108 visualizaciones4 comentarios

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4 Comments


jfrancisco.ipl
Apr 24, 2024

Querido amigo, espero que te hayas formado para la guerra con el maestro Sun Tzu.

"Si conoces al enemigo y te conoces a ti mismo, no necesitas temer el resultado de cien batallas. Si te conoces a ti mismo pero no al enemigo, por cada victoria ganada también sufrirás una derrota. Si no conoces ni al enemigo ni a ti mismo, sucumbirás en cada batalla" Sun Tzu.

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jfrancisco.ipl
Apr 29, 2024
Replying to

Escribe usted muy bien y eso es una ventaja a su favor. Siga escribiendo. Un saludo

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Geles Cano
Geles Cano
Apr 24, 2024

Vaya radiografía de los tiempos presentes con el símil naviero. Enhorabuena

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