1 . La tutela moral.
Imagino que la reciente ocurrencia del Gobierno por la que pretende, con el beneplácito y fervor de acólitos y esbirros, restringir y dosificar el acceso a contenido pornográfico en la red, no podría ser considerada, precisamente, como el summum de la pérdida de nuestros derechos y libertades fundamentales, pero sí ejemplifica a las claras, sin tapujos ni anestesias, una estrategia social, sesudamente planificada y secuenciada, que persigue implementar y normalizar en la población la adopción programada de medidas de control y limitación para todas y cada una de las facetas y áreas diarias que atañen y afectan a la ciudadanía, sean de mayor o menor calado y trascendencia, como es éste el caso. Esta política, aparentemente protectora y paternalista, muy deseable para millones de débiles mentales incapaces de discernir entre lo que les es conveniente y lo que no, es la misma que la mayor parte de los estados occidentales vienen implantando sistemáticamente en sus feudos a lo largo de los últimos años con la escusa de salvaguardar la integridad de su ciudadanía-rebaño y que incide en la perentoria necesidad de tutela y moldeado del individuo en tanto que súbdito y propiedad de la propia corporación estatal, siguiendo así al pie de la letra las pautas que marca una agenda global disolvente y esclavista que, por cierto, nadie ha votado.
La escusa esta vez (y una vez más, ¡qué coño!) es aquello de: “lo hacemos por tu seguridad”, reiterando la monserga moralizante de: “nosotros en realidad no queremos, pero nos vemos obligados a ello porque vosotros, ¡sí, vosotros!, habéis provocado que la cosa se vaya de madre…” puesto que, ¡sorpresa!, indefectiblemente y sea cual sea el problema que se plantee y la emergencia que se declare, siempre es nuestra culpa y, como habitualmente hacemos en estos casos, acabamos asumiendo su autoridad, dándoles la razón, agachando la cabeza como niños traviesos para, a continuación, aceptar, validar sus medidas y agradecer la atención y supervisión que tienen a bien brindarnos. Durante esta aburrida secuencia detectamos una y otra vez cómo el ciudadano estúpido aplaude con las orejas la lucidez sobrenatural y la solución a un problema que solo el Gobierno, faltaba más, es capaz de plantear y acometer con éxito. En el caso que nos ocupa hablamos de una protección añadida que Papá Estado desea ofrecer a todos los menores del reino, entendidos éstos como criaturas memas y desnortadas, desprotegidas y abandonadas a su suerte en un mundo hostil, predestinadas a perderse digitalmente entre incomprensibles vericuetos que les conducen al consumo (palabrita detestable y manoseada) de pornografía, sin que en el análisis de la cuestión se contemple la posibilidad de que exista de por medio una supervisión o vestigio de educación previa por parte de progenitores o educadores, sin que se conciba la posibilidad de una dirección educativa y una tutela familiar que resulten efectivas. En definitiva, el Estado actúa una vez más de oficio ante una situación que los ciudadanos parecen incapaces de afrontar debido a la falta de criterio propio, de directrices familiares y, para qué disimularlo, a su secular idiotez, de tal forma que se inmiscuye una vez más en los asuntos domésticos de sus súbditos presuponiendo una desatención paternal sobre miles de menores desvalidos, a los que concibe y contabiliza como embrionarios votantes y potenciales deudos y que ahora viene a rescatar de las garras de la depravación. Al menos hay que reconocer que en este particular la postura del gobierno es plenamente coherente, ya que desde el punto de vista jurídico considera a estos niños como propiedad estatal, dicho por ellos mismos, y legalmente no les falta razón, ya que se los estamos regalando en el preciso instante en que son inscritos en el registro civil.
Como vemos, nada nuevo bajo el sol del Imperio Global. Una vez más el consabido empleo machacón de un discurso protector cada vez que un Estado busca la implantación de nuevas medidas restrictivas, empleando un tono similar al que usa tu terapeuta a través de esos mensajes subliminales que susurra mientras dormitas y que resuenan como una cansada letanía: “Vosotros, hijos míos, sois débiles, no podéis afrontar ni controlar esta situación, esta terrible amenaza. Dejadnos a nosotros, los expertos. A cambio solo os pedimos plena colaboración, confianza ciega, un pequeño esfuerzo y, eso sí total disponibilidad, carta blanca para maniobrar y acceso ilimitado a vuestros datos personales”. Porque sí, amigos, es ahí precisamente donde radica el quid de la cuestión que plantea el Ministerio: la cesión voluntaria de valiosísima información personal y el consentimiento firmado para someterse a un sistema de control ciudadano desde una cartera digital que recabará todos aquellos datos que a ellos les resulten interesantes y necesarios, una plataforma en la que te habrás de identificar cada vez que quieras acceder a un bien (en este caso a un mal) y a la que tendrás acceso a través de un sistema de verificación personal, certificado digital o DNI electrónico, quedando de esta manera registrados y almacenados todos tus movimientos en un banco de datos (¿Alguien, de verdad, sigue creyendo en lo del anonimato total del sistema, tal y como se esfuerza en asegurar el ministro?). Se trata ésta de una aplicación digital desde la que la Dirección General de Gobernanza Pública limitará el acceso y la frecuencia de visitas a ciertas páginas webs dañinas y que, apuesto a que una vez normalizado y aceptado su manejo entre la población, podrá seguir usándose para el racionamiento y control de otros pasaportes y accesos, por ejemplo, a páginas de información general, de datos, de estadísticas o de opinión política. Es más que obvio que el porno se ha utilizado en esta ocasión como una mera excusa, uno de los habituales caballos de Troya que, cada tanto, estos griegos del demonio plantan frente al muro de nuestra privacidad, esperando a que lo introduzcamos voluntariamente en la fortaleza para que, una vez dentro, puedan comenzar cómodamente su trabajo de demolición.
El asunto que hoy nos ocupa, tratándose de sexo digital, algo en principio inaprensible, intangible, banal y aparentemente inocuo, podría parecer un tema de menor calado y hasta motivo de cachondeo y chirigota (maniobras de evasión y desfogue muy españolas), pero ciertamente dista mucho de serlo y representa una nueva intentona gubernamental de embestir con ariete, abatir el portón y entrometerse en la intimidad del ciudadano, de justificar, por un mal mayor, el cercenamiento de libertades, la extirpación del anonimato y la limitación de la capacidad de acción y movimiento de la población adulta; porque, seamos claros, esto va precisamente de esto último, de controlar a la población adulta, no de la tutela de la infancia y de su desprotección frente a la depravación digital; de hecho la salud mental de nuestros pequeños y su salvaguarda frente al sexo en edades prematuras les importa un pimiento, tal y como evidencian las políticas educativas de adoctrinamiento y degradación psicológica que el Ministerio de Educación lleva a cabo en las escuelas. Es este Estado intervencionista, que ansía el registro y control de cada faceta de la vida del ciudadano, el que pretende ahora poner puertas al campo adulto con el propósito de que la infancia no penetre en el prado, cuando la realidad subyacente es que la empalizada que quieren levantar solo servirá para impedir que el ganado adulto pueda salir del cerco, un cerco cada vez más rígido y estrecho. No deja, por tanto, de tratase de una burda jugada de tanteo y avance dentro de este insistente juego de intento de control social. Ya sabéis, la consabida técnica de acoso, eso de: yo te aprieto, tú no dices explícitamente que no y por tanto consientes y te dejas, yo aprieto un poco más porque sé que no te vas a quejar, tú vuelves a dejarte,… y así sucesivamente.
Pero es que, además, en este caso particular, la estrategia empleada para justificar la intromisión es doblemente grave, hiriente y sangrante, ya que maneja un trasfondo retorcido y perverso si tenemos en cuenta que se legisla de urgencia buscando la solución a un problema de base, el de la hipersexualización social, su efecto sobre la infancia y el acceso precoz de menores a pornografía digital (asuntos evidentemente interrelacionados entre sí), que ellos mismos, un Gobierno omnipotente y omnipresente apoyado por su red clientelar de grupos multimedia y medios de comunicación, el trabajo sucio de ciertos colectivos ideologizantes y el sistema educativo reglado, sustentados por las campañas de publicidad asociadas, plataformas digitales, redes sociales más el firme empuje de determinados lobbies y grupos, se han afanado en propiciar, promover, potenciar, proteger y alimentar a lo largo de décadas, invirtiendo mucho, mucho de tu dinero. El reguero de datos y evidencias están ahí. Y para atisbar por dónde soplan las ballenas, basta con indicar que el gobierno de Alemania, estandarte de la democrática Europa, anda estudiando cómo rebajar penas mínimas y despenalizar poquito a poquito la posesión y tráfico de pornografía infantil, lo que nos muestra bajo qué rumbo de hipocresía navegamos en estas pútridas aguas occidentales. Creo que es pertinente preguntarse: ¿Quiénes generan realmente la desprotección de los menores frente a la pornografía?, ¿a quién interesa mantenerlos expuestos de manera indefinida?, ¿a quiénes les beneficia no atajar el problema de raíz?, ¿cuántas manadas de tiburones pedófilos esperan los restos de la pesca para abalanzarse en masa con total impunidad?
Añadir por otro lado el hecho sinérgico de que durante las últimas décadas se ha financiado y acelerado un desarrollo tecnológico lo suficientemente potente y universalmente accesible para que los menores de nuestro país dispongan (y exijan ya como un derecho fundamental) de dispositivos propios donde hurgar y encontrar sin control efectivo alguno. Se han concedido autorizaciones y licencias de portales y páginas de todo tipo, permitiendo un acceso más que popular y sencillo a todas ellas, de tal forma que contamos con un parque de millones de dispositivos digitales en red que conectan a velocidades supersónicas con internet y a un solo click de distancia todo tipo de redes sociales, portales y páginas donde alimentar las más inverosímiles fantasías y satisfacer los instintos más básicos, entre ellos la lujuria, esa poderosa y adictiva fuerza que conduce progresivamente a la ruina energética física y mental y a la animalización más primaria del Ser Humano, un estado ideal y deseable para mantener ocupada y desfogada a una creciente cabaña ovina de ejemplares (infantiles y también adultos) a los que controlar y pastorear.
Los que ahora se rasgan las vestiduras desde el altar gubernamental son los mismos que han facilitado esa llave mágica para habitar ese mundo irreal y alienante, de evasión y placer sensorial personalizado, donde divagar, evadirse y olvidar la mísera y fea realidad que a uno le toca vivir, y así, una vez fidelizada esta millonaria clientela de usuarios, les baste solo con hacer valer su autoridad, confiscar esa misma llave e imponer sus condiciones restrictivas. Son mecanismos de ingeniería social más que contrastados y validados para lograr la anulación mental de esa fracción poblacional potencialmente más peligrosa: los jóvenes y las personas de mediana edad, con cierta formación, criterio y acceso a la información. Tiempo atrás ya hicieron algo similar empleando el recurso de la droga, cuya infiltración y tráfico en E.E.U.U. se disparó durante los años 60 y, algo más tarde, especialmente durante los últimos 70 y primeros 80, se probó en otros países como el nuestro, poniendo en marcha un plan de desactivación generacional mediante el atontamiento y destrucción de una juventud potencialmente disidente y contestataria, capaz de romper con estructuras oxidadas e inútiles, convencionalismos caducos y poner en cuestión la narrativa y el discurso gubernamental, o como ahora se ha dado en llamar, el relato oficial. ¿Recordáis? Pues siempre, siempre es y será la misma secuencia: la primera dosis te la doy gratis, pero la segunda ya vendrás tú a buscarla y cuando lo hagas te plegarás a mis condiciones.
Los ingenieros sociales que trabajan para el Estado conocen perfectamente los resortes primarios de la psique humana y recurren una y otra vez a las trampas más golosas y adictivas para encarcelar a la población desde las emociones más primarias, como el miedo, la frustración, la envidia o la ira, o bien alimentando los más bajos instintos, inseguridades e inconfesables demonios interiores. Toda una red de laberintos perfectamente diseñados con atractivos colores donde perdernos en nuestra ignorancia y desde donde ahora pretenden rescatarnos.
Totalmente de acuerdo. Gracias por tu artículo.