UNA BROMA PESADA
- V. van Botel
- 17 mar
- 6 Min. de lectura

"Vimos luz. Oímos truenos. Y se abrió el cielo azul y nos volvimos todos buenos…"
(Los Enemigos. 1990. El gran calambre final)
O sea, que el chiste final era este y no otro. ¡Vaya, vaya! Es decir, que pasas por un largo y doloroso proceso para llegar, atraviesas un estrecho tobogán hacia la luz, entre sangre y dolor, te aventuras a volver a este mundo para ver si, de una puñetera vez, te aplicas como es debido y mejoras en algo durante esta nueva ocasión que se te concede; negocias, pactas y te permites el lujo de reencarnar en un país desarrollado como es España, bajo unas condiciones climáticas, culturales, socioeconómicas y coyunturales de la leche, en un instante de prosperidad y esperanza como nunca se ha conocido, y no solo eso, sino que, para hacer más exitosa la aventura, se te otorgan talentos inconmensurables y se te regalan monedas de oro valiosísimas, como el libre albedrío, la libertad, el raciocinio, el criterio y la sabiduría, el instinto natural, la inteligencia, la intuición, el sentido común, la autonomía, la soberanía personal, la voluntad y la conciencia, con las que triunfar ante inclemencias y contingencias, joyas que no solo habrás de mostrar, blandir y defender hasta la muerte, sino hacerlas crecer y multiplicar para devolverlas aumentadas y enriquecidas. ¡Joder, vas perfectamente pertrechado!… Pues bien, lo primero que haces cuando llegas aquí es, simplemente, llorar y cagarte encima (secuencia que repetirás muchas veces a lo largo de tu vida) y poco después consentir que te separen de los tuyos para ser encerrado durante unos catorce años, ¡nada menos!, en una cadena de escuelas de fabricación de moldes ciudadanos, anulando tu periodo más creativo, instintivo e imaginativo, para, una vez instruido y aleccionado, llegar a la mayoría de edad, justo en el preciso momento en que eres presentado en sociedad, ante ese círculo de “sabios” que te ha criado, moldeado y tutelado, y para ello debes afrontar un curioso rito de paso, un ritual de iniciación que no te va a obligar, precisamente, a cazar un león y confrontar tus miedos, tampoco a demostrar tu validez como un adulto generador, proveedor, resolutivo y autosuficiente, ni a crear ni construir algo valioso para demostrar tu eficiencia y solvencia como un miembro confiable de la tribu. No, nada de eso, el rito de paso al que te sometes es, sencillamente, postrarte de rodillas, agachar la cabeza, entregar la espada y regalar todas esas monedas tan preciosas con las que has sido bendecido a una sucia mafia criminal para que sean ellos quienes decidan qué hacer con tu vida, para que gestionen tu futuro y acoten a su gusto tu margen de movilidad, de participación y de acción, hasta que dejen de exprimirte y seas un anciano agotado e inservible, en cuyo momento se ocuparán de procurarte un rápido y silencioso final. Una mafia a la que rendirás ciega obediencia de por vida, so pena de marginación, exterminio social, multa o encarcelamiento. Una organización criminal que ejerce, sin oposición alguna, el monopolio de la fuerza y la violencia, que usurpa sistemáticamente los medios de producción, control y gestión públicos y que ha secuestrado indefinidamente la soberanía ciudadana, los poderes judiciales, legislativos, ejecutivos y militares, así como la totalidad de medios de comunicación, formas de expresión y relaciones sociales y que ha impuesto un férreo sistema único tributario, laboral, educativo y de salud.
¡Ah!, una vez iniciado en esa sociedad adulta y deudora, y para que no olvides quién eres, dónde estás y a quién debes pleitesía en tu condición feudal de siervo, te honrarás en fidelizar cada cuatro años, en un acto festivo y multitudinario de subordinación, tu sumisión a la Organización, de tal forma que rendirás una vez más vasallaje a esa corporación impuesta y corrupta llamada Estado (o como ellos mismos gustan en denominarse, Estado del Bienestar, Estado de Derecho, Estado Democrático y Plural, Estado Triple O [omnipresente, omnisciente y omnipotente], Estado celestial aquí en la Tierra,…) y te comprometerás al acatamiento de un incomprensible y caprichoso corpus legislativo y al pago religioso de la gran mordida que la cosa nostra global establezca para financiar sus proyectos y pasatiempos (guerras y asesinatos, transacciones económicas, industria armamentística, trata de personas y narcotráfico, aniquilación de etnias y pueblos, perpetuación de conflictos militares enquistados, generación de otros nuevos y económicamente interesantes, compra-venta de países y territorios y especulación con sus recursos y materias primas, creación y programación de catástrofes y pandemias, saqueos y despieces de países, manipulación climática, generación de cortinas de humo a través del enardecimiento de batallas culturales, desinformación pública, control férreo del cuarto poder y de la opinión pública o el impulso y cronificación de tiranteces sociales, identitarias e ideológicas, promoción de tecnologías y estrategias para la deshumanización y la degradación ciudadana y el suicidio civilizatorio, el diseño y lanzamiento de campañas de confusión mental y de desestabilización individual, familiar y grupal, la disolución de culturas y tradiciones, la atomización territorial,…) Porque sí, todo esto está en la letra pequeña del prospecto del antibiótico que comprarás cada tanto y cuyos efectos secundarios no por desconocidos son menos nocivos, y que no tendrás reparo en ingerir alegremente, caiga quien caiga.
Y pasado algún tiempo, en algún momento crítico de duda o desazón, posiblemente apoyarás la radiografía de lo que te espera contra la ventana y visualizarás el esquema de lo que es y va a ser tu vida en un simple pantallazo de realidad. Verás claramente, y a contraluz, la reducción de tu papel y de tus posibilidades de maniobra y progreso dentro de esa sociedad enferma y voraz en la que intentas encajar, la subyugación bajo las precarias posibilidades laborales que se te ofrecen y el acogotamiento económico al que estás sometido inmisericordemente, tu escaso margen de prosperidad y de desarrollo personal, la intoxicación mental acumulativa de la que no sabes cómo desprenderte, tu progresivo e inexorable deterioro cognitivo y sanitario, esa frustración vital y la silenciosa infelicidad que te devoran, poco a poco, los intestinos, ese grado de decepción, insatisfacción y desnorte que se va incrementando conforme cumples hipotecas, hijos, juergas, viajes, divorcios, enfermedades y pérdidas cercanas,...
Aunque puede ocurrir, igualmente, que te niegues a exponer la radiografía contra el cristal y persistas en el autoengaño y poco antes de abandonar el escenario te dejes caer en un raído sillón de una residencia de ancianos, solo y derrotado, sintiéndote orgulloso de haber sido absolutamente desangrado durante los mejores años de tu vida para alimentar al putrefacto hongo estatal que todo lo devora e interviene. Y, persistiendo en la deriva mental de tus propias alucinaciones, puede que aún así sonrías y te sientas honrado de haber sido útil y digna pieza del engranaje de esa máquina social cuyo funcionamiento realmente nunca llegaste a comprender, habiéndote comportado ejemplarmente como perfecto elemento de producción, consumo y gasto.
Ahora bien, si te vacías del ruido de las batallas libradas por el ego, te llenas de humildad y profundizas algo más con objeto de reconocer objetivamente qué ha sido realmente tu vida, podrás entrever que has formado parte activa de un momento histórico mundial en el que se ha ejercido una fuerza como nunca antes se había conocido para intentar despojar a los habitantes de este planeta de su calidad humana, empleando un método, tan sofisticado como perverso, en el que es el propio individuo, inmerso en la ignorancia y la alienación, el que está renunciando voluntariamente a su propia condición de humano y consiente en ceder y regalar, bien por sobrantes, molestos, comprometidos o bien simplemente por desconocidos, aquellos dones y potencialidades con los que ha sido concebido y dotado, dentro de un proceso programado de deshumanización en favor de la personificación, a través del cual se pierden atributos específicamente humanos para sustituirlos, voluntaria y casi gozosamente, por escuálidas prebendas propias de la persona en tanto que prósopon, la máscara empleada en la tragedia griega para ocultar la identidad real del sujeto que representa al personaje y que no muestra al humano que la porta, el cual la usa para actuar y relacionarse torpemente con el exterior (en definitiva, una pantalla que vehicula y expresa la personalidad con la que nos desenvolvemos en este plano material). Una maniobra de inversión de atributos más que preocupante, que se adivina irreversible y que debe llevarte a reflexionar acerca de en qué medida has hecho por preservar, alimentar y cultivar esas características humanas a lo largo de tu vida y el alto o bajo precio que has puesto para la conservación de ese tesoro.
Y, llegado a este punto, reconocerás que no todo ha sido tan injusto y que dispusiste de muchos momentos a lo largo de tu vida en que pudiste cambiar el rumbo, tomar las riendas y decidir hacia dónde dirigirte, qué vehicular y a qué renunciar, pero probablemente te venció la inseguridad, el miedo o la duda y decidiste no rechazar tantos y tantos reclamos y estímulos, tantas fantasías golosas y accesibles y optaste, una vez más, por poner todas tus fichas sobre el tapete y apostarlas al 12 rojo, al vaivén material de la ruleta.
¡Hagan juego, señores! Mientras la bolita sigue girando y girando.
¡No va más!
Y, justo antes de espirar creerás reconocer a una figura neblinosa que se acerca a tu lecho desde una esquina de la habitación. Se trata del crupier del casino, que, muy educadamente se agacha y te susurra al oído:
- Lamento informarle, señor, que la tirada ha finalizado y su apuesta ha sido perdedora. Siento decirle además que…que no tiene crédito en este Casino y sus deudas son cuantiosas, así que, me temo que deberá acompañar al agente de seguridad y abandonar el recinto cuanto antes.
Y, seguramente, en ese mismo momento postrero, entiendas el chiste final, ese chiste malo y despiadado que no tiene maldita la gracia.
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